Conceptualizar el género humano es complejo. Individuo, sociedad y especie son una tríada inseparable; interactúan entre sí, se sostienen, se retroalimentan produciendo cultura.
La cultura, en el proceso de globalización, ha buscado democratizar el conocimiento, basándose en técnicas científicas, tecnológicas y burocráticas que necesitan de expertos para manejarlas, mientras el ciudadano común, aumenta su ignorancia compartiendo la creencia de que tiene acceso al conocimiento y participación de las decisiones. En realidad cuanto más se tecnifican las políticas, más retrocede la democracia.
La democracia vive de pluralidades, consensos y antagonismos. Estos son conceptos vitales para su existencia y no debe entenderse como la sola tiranía de las mayorías. Los seres humanos compartimos un mismo planeta y esta condición nos exige desarrollar una “solidaridad planetaria” que sólo se puede alcanzar definiendo un nuevo concepto de “humanidad”, más allá de lo concreto y de lo biológico. La humanidad entendida como una “conciencia común” se transformará en una “noción ética” que dará origen a la antropo-ética como moral planetaria.
El propósito ético del género humano será construir sociedades desde la ciencia y la técnica, procurando que la relación individuo – sociedad alcance una verdadera democracia y que la relación entre individuos esté impregnada de “humanidad”.
¿Cuál es entonces el mayor desafío de un profesor en este contexto? ¿Hacia dónde debe apuntar la educación?
Texto basado en el documento “Los siete saberes para la educación del futuro” de Edgar Morín. Unesco , 1999, Francia.
Yohana Flores, Marta Ferrada, Claudia Calderón.
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